El pozo de los años

“El Pozo de los años sigue allí y está lleno de destierro, arena, puñaladas. Lleno de abandono e infinita espera.”

RELATO

Limam Boisha,

12/14/20223 min read

Limam Boisha,

Limam Boisha, es poeta y escritor saharaui, nació en 1973. En octubre de 1982 tuvo la oportunidad de ir a Cuba para estudiar junto con un grupo de quinientos saharauis. Su estancia en el país caribeño duró trece años, allí se licenció en Periodismo. Ha publicado Los versos de la madera (Editorial Puentepalo (2004). Y ha participado en varias antologías de poesía saharaui contemporánea. Ediciones Bubisher publicó 2012 su segundo libro en solitario: Ritos de jaima, traducido al francés y al italiano.

Es presidente de la asociación Escritores por el Sáhara-Bubisher. www.bubisher.org

Memorias

Los años son un pozo de memorias.

Mario Benedetti.

Memorias lejanas como silentes atardeceres que alguna vez cabalgaron delante de nuestros ojos. De ellas ya no queda más que una añeja sensación, que se escurre entre los frágiles hilos del recuerdo. Memorias evaporadas de la piel de los sueños, de las venas de las odres. Memorias que se quedaron fermentando la amarga leche de las duras derrotas. Golpe a golpe, meciendo la manteca de tiempos sordos. Memorias sin huesos como una masa de dátiles conservada en el pellejo de una ekka. Entre golpe y golpe se rememora su sabor.

Memorias que han soportado la lima del olvido. Memorias que apuntan con poderosos calibres de resistencia. Para amortiguar el taladro de la injusticia. El serrucho invernal de la impotencia. Aun cuando tocan flautas. Aun cuando golpean tambores al son de la oceánica música.

Lo que fuimos. Lo que somos. El manuscrito revelador de lo que quizás seremos.

Agua de luz son las palabras. Necesidad imperiosa de pozos de palabras, de ríos de palabras, de mares de palabras. Como el agua, a veces, fluyen las historias. Se derraman, bañando los oídos y los corazones.

Perdonad, es la sed de decir. De lamer nuestras heridas. Es el deseo de rescatar un manojo de carne literaria, guardado en el baúl de la memoria colectiva. Desmenuzarlo en el mortero de la escritura. En una olla, a fuego lento, cocer los versos o los años y servir como manjar, para humedecer el paladar de ese largo silencio de la historia.

¡Poderoso silencio que parece aullar a las llanuras, a los montes, a la inmensidad y a los mortales!

Silencio de años que enfilan hacia el hondo azul, eternamente vacío de los cielos. Hacia noches que han guiado al viajero hasta las estrellas: si en el cielo ves que las Pléyades asoman tarde, cómprate un abrigo y si lo hacen aún más tarde, cómprale a tu hijo un odre.

Silencio lleno de verbo, pero sin tinta, sin pluma, sin la carne del folio, sin la precisión del número. Sin el átomo. Sin la membrana que todo, o casi todo, lo inmoviliza, lo cosecha y absorbe cual esponja. Y el deseo es que siga acopiándose en otras ecuaciones. Poderoso, inmortal. Pero también frágil y enjaulado. Y basta solo con una mirada para que su magia despierte y apartarla para que se coagule.

Aquella nomenclatura de los años saharauis, hoy en día, yace sin fulgor, quebrada por el abandono. Incrustados en las estrellas ya no están en la tierra. Ni teñidos con el olor de las nubes. Ya no tienen el tempestuoso nervio de los sirocos. Ni son voraces como las plagas de langostas. Ya no tienen la incertidumbre del nomadeo, el orgullo y vanidad de las luchas, ni el persistente examen de las enfermedades. Han perdido por completo el ritmo pausado de los pastores. El alegre brote verde de las matas de henna, el aroma de las flores, el bálsamo de las hierbas. La suavidad del algodón. Ya no importunan como un mal sueño. Ya no deleitan con su hechizo de nombres dispares. Ya no ostentan la verdad poética de las moralejas. Ya no guardan la historia. Ya no existen. Peor aún, ya no se recuerdan.

Y eran un elemento muy importante de la cultura saharaui. Porque el calendario saharaui no era por cifras como el anuario cristiano, por el que hoy nos regimos, ni como el musulmán que se inició con la peregrinación de Mahoma de Meca a la Medina. El cómputo de los años que utilizaban los saharauis era a través de un nombre o varios, tomando en cuenta un acontecimiento que haya ocurrido y que era distinto en cada región. El año elegido tenía siempre mucho significado en la vida de los nómadas. Aunque uno no tuviera conciencia de ello hasta pasado un tiempo. Los años eran recordados como tal y guardados en la memoria. Eran los ancianos los depositarios de ese almanaque.

El Pozo de los años sigue allí y está lleno de destierro, arena, puñaladas. Lleno de abandono e infinita espera.

Lleno de esperanza está y nos espera.